lunes, 21 de diciembre de 2009

Dios con nosotros

Recuerdo una experiencia que me tocó vivir en Mwanza localidad de Tanzania, en plena África negra. Estábamos en el mes de diciembre y la parroquia donde yo ayudaba solía armar para navidad un gran pesebre que alguna vez habían traído de Italia. Eran figuras grandes, de yeso, muy bien trabajadas. Era una verdadera obra de arte en que estaban representadas, la Virgen María, San José, el niño Jesús, los tres Reyes Magos, pastores y también una vaca, un burro, un camello y ovejas. El pesebre se armaba al medio del patio de la parroquia siendo la gran atracción de la gente de la localidad.


Mwanza queda a orillas del lago Victoria. Con hermosos paisajes junto a mucha pobreza. Una pobreza que no sólo es material sino que también una pobreza de oportunidades y expectativas. A demás del colorido aportaban alegría al lugar el constante revoloteo de una inmensa cantidad de niños. Niños muy pobres, mal alimentados y apenas vestidos con uniformes escolares hilachentos. Destacaba en ellos su viveza y simpatía. En sus caritas de cutis oscuros resaltaban sus ojos y sonrisas bien blancos y expresivas.


Siendo Tanzania un país donde un poco más de un tercio es de religión musulmana, otro tercio es de religión animista y un poco menos de un tercio se considera cristiano, no era la navidad una fiesta religiosa muy importante y conocida. La navidad era para la mayoría del país una fiesta occidental cristiana, como para nosotros podría ser la fiesta musulmana del Ramadán, y tal vez lo que más resaltaba de la navidad era el Viejo Pascuero y los regalos.


Días antes de la navidad estando el pesebre ya armado en pleno patio, frente a la parroquia había una ceremonia y estaba lleno de gente. Me pidieron que me quedara junto al pesebre para cuidarlo de los niños. Allí estaba yo a pleno sol cuidando las figuras que eran de un magnético atractivo para cientos de niños que se apiñaban para poder estar más cerca. La citación era cada vez más incontrolable así que para calmarlos un poco se me ocurrió contarles de que se trataba el pesebre. Yo aún no dominaba del todo el Swahili, por lo que esto tampoco era algo fácil. Rápidamente capté la atención de todos ellos que casi milagrosamente se quedaron quietos y con todos sus ojitos blancos apuntando hacia mí escuchaban con mucha atención. No se que les impresionaba más, si lo que les estaba contando, o el mzungo (el blanco) que no sabía hablar bien.


Estaba embalado explicándole al ávido público que no se perdía detalles de mi explicación cuando caí en la cuenta de algo que me incomodó mucho. Había partido de los personajes secundarios que adornaban el pesebre, para terminar en Jesús, que era el actor principal de la escena. Cuando le estaba explicando que Jesús era el hijo de Dios que venía a nacer entre nosotros, me fijé en el niñito Jesús del pesebre. Envuelto en algo como un pañal, era un niñito de piel blanca y gordito. Era rubio, de ojos azules y rasgos occidentales. Yo emocionadamente le estaba señalando que Él era el hijo de Dios y de pronto me fijo en ellos. Todos de piel negra y la mayoría con sus típicos estómagos deformes por el hambre. Miraban con mucha atención y respeto, casi hipnotizados a este niñito sonriente, bien alimentado, blanco y rubio que era representaba al Hijo de Dios.


No supe que hacer, me corté entero y terminé la explicación diciéndoles que me tenía que ir. Ya no me importó cuidar el apreciado pesebre, más bien me daba lo mismo que ellos lo rompieran. Me senté a la cierta distancia, a la sombra, a mirar la escena. Era como ver en esos niños a la humanidad entera sintiéndose tan ajena y distante de Dios. Cuando lo que celebramos en la navidad era todo lo contrario, era Jesús, el Hijo de Dios que venía hacerse uno de nosotros para que en nuestra propia humanidad halláramos la huella de la Divinidad. Él se hacía como nosotros, se hacía humano, alcanzable para todos. Ese era el sentido más grande de la navidad un Dios que vive en la humanidad de cada uno. Un Dios que se nos regala y que nos hace regalarnos de pura alegría. La navidad no es adorar a un Dios que se ve diferente y lejano a nosotros, la navidad es celebrar a Dios con nosotros.


Al día siguiente el pesebre amaneció sin el niño Jesús, se le buscó por todos lados y aún nadie sabe qué pasó con el. Sólo yo y ahora ustedes saben que el niño del pesebre lo enterré en el jardín. Ojala que en todo el mundo, en todas las navidades se entierren todas las imágenes que nos representan a un Dios ajeno y distante del ser humano. Todas las imágenes de Jesús que distorsionan lo que es verdaderamente la navidad deberían estar para siempre enterradas.

Felipe Berrios SJ.

Región Metropolitana, Chile

1 comentario:

Azul dijo...

Hola Felipe:Estoy en Barcelona organizando actividades para ayudar a la reconstrucciónj en Chile. Soy Profesora de la escuela de arquitectura de la Universidad Politécnica de Catalunya. Me gustaría llamarte o escribirte. Dime dónde lo hago!